Estamos presenciando con la política de Trump un retorno a la ley de la selva, un mundo G-Zero donde la fuerza hace el derecho y donde Estados Unidos no será mas un socio fiable ni de buena fe.
A menos de un mes del segundo mandato de Donald Trump, por fin han comenzado las conversaciones para poner fin a la guerra en Ucrania. Por primera vez desde la invasión a gran escala de Rusia en 2022, funcionarios estadounidenses y rusos se sentaron en Riad para negociar no solo el destino de Ucrania, sino también el futuro de Europa… sin Ucrania ni Europa en la mesa. No es de extrañar que el Kremlin saliera de la reunión de cuatro horas y media con un paso firme.
Antes de que las negociaciones siquiera hubieran comenzado, el equipo de Trump le entregó a Vladimir Putin varias de sus demandas fundamentales sin obtener una concesión a cambio. Estados Unidos descartó la membresía de Ucrania en la OTAN, rechazó la posibilidad de desplegar fuerzas de paz estadounidenses y reconoció las ganancias territoriales de Rusia como base para las negociaciones. Además, las conversaciones excluyeron al presidente ucraniano Volodymyr Zelensky y a sus aliados europeos, lo que indica que el destino de Ucrania y Europa lo decidirán Washington y Moscú.
Tras la reunión del martes, el presidente Trump llegó a reiterar el llamado de Moscú a elecciones en Ucrania, supuestamente como condición previa para un acuerdo final, y culpó a los ucranianos de iniciar la guerra. La maquinaria mediática del Kremlin no había estado tan contenta desde los primeros días de la invasión de 2022, cuando pensaron brevemente que Kiev caería sin luchar.
Resulta difícil expresar con palabras lo extraordinario de los acontecimientos de la semana pasada. El hecho de que en pleno siglo XXI los rusos y los estadounidenses estén negociando las elecciones ucranianas y la seguridad europea sin que ninguna de las partes esté presente en la sala no tiene precedentes desde los días de la Guerra Fría.
A pesar de los esfuerzos de Zelenski y los líderes europeos por ganarse el favor de Trump, Estados Unidos ya no es un socio fiable ni de buena fe. Si el discurso del vicepresidente J. D. Vance en la Conferencia de Seguridad de Múnich, en el que denunció la democracia europea, no lo dejó suficientemente claro, el intento del secretario del Tesoro, Scott Bessent, de extorsionar a Zelenski para obtener el 50% de los ingresos presentes y futuros de la riqueza mineral de Ucrania (no a cambio de un futuro apoyo estadounidense, sino como pago por la ayuda militar pasada desembolsada durante la administración Biden) debería haberlo hecho. Esas condiciones equivalieron a una proporción mayor del PIB ucraniano que las reparaciones impuestas a Alemania por el Tratado de Versalles.
Sea usted un seguidor o no del presidente Zelenski, debería poder estar de acuerdo en que el intento de Estados Unidos de forzar una elección en una democracia extranjera en tiempos de guerra –cuando no es posible celebrarla de manera segura– en contra de los deseos de la mayoría de los ucranianos (incluida gran parte de la oposición a Zelenski) y en violación de la constitución ucraniana es inaceptable. Hacerlo no para promover los intereses estadounidenses sino para promover la agenda imperialista de un criminal de guerra como Putin es una mancha para Estados Unidos y su papel en el mundo.
Los ucranianos reconocen ahora que existe un riesgo creciente de que Trump llegue a un acuerdo de alto el fuego con Putin en condiciones que ellos no pueden aceptar, pero aún tienen capacidad de decisión: al fin y al cabo, ningún alto el fuego se mantendrá si los ucranianos se niegan a dejar de luchar, y sólo depondrán las armas si reciben garantías reales de seguridad de que Rusia no podrá apoderarse de más territorio en el futuro. Sin embargo, Trump ya ha dicho que Estados Unidos no se hará cargo de desplegar tropas de paz, lo que dejará a Ucrania en manos de Europa para su seguridad posguerra (por no hablar de la reconstrucción).
El problema es el siguiente: la mayoría de los europeos sólo aceptarán desplegar fuerzas de paz en Ucrania si Estados Unidos se compromete de manera creíble a proporcionar un respaldo militar (no necesariamente tropas, pero sí logística, inteligencia y apoyo aéreo) en caso de un ataque ruso, y la administración Trump se muestra reacia a ofrecer eso. Sin embargo, sin una medida de seguridad similar a la del Artículo 5, una garantía de seguridad europea sería demasiado débil para disuadir eficazmente a Rusia de utilizar un alto el fuego para rearmarse y tratar de apoderarse de más territorio ucraniano en el futuro.

Kiev está trabajando frenéticamente con los líderes europeos para elaborar un plan que puedan presentar a Trump antes de que se reúna con Putin. Todos reconocen que si no actúan rápido, Estados Unidos y Rusia llegarán a un acuerdo sobre su futuro que los superará. Pero la impotencia de Europa quedó en evidencia en una reunión de emergencia convocada por el presidente francés Emmanuel Macron en París el lunes. El primer ministro del Reino Unido, Keir Starmer, prometió enviar tropas a Ucrania, pero sólo con el apoyo de Estados Unidos, que no llegará. El canciller alemán Olaf Scholz, que ya no está en el poder, descartó la idea de enviar fuerzas de paz por considerarla “prematura”. Polonia, a pesar de estar en primera línea, se negó a enviar tropas, citando sus propias necesidades de seguridad. Los países bálticos y nórdicos estarían dispuestos a enviar algunas tropas, al igual que los franceses, pero ni de lejos las suficientes, ni con la suficiente rapidez. La incapacidad de Europa para actuar con decisión subraya un problema más profundo: sin el liderazgo estadounidense, el continente está paralizado.
Para los ucranianos, lo que está en juego no podría ser mayor. Pronto podrían verse obligados a elegir entre aceptar una pérdida de territorio sin garantías de seguridad respaldadas por Estados Unidos para el futuro o seguir luchando sin el apoyo de Estados Unidos, dos opciones que prácticamente asegurarían una victoria rusa aún mayor en el futuro. La ironía es que la teoría original de victoria de Putin siempre se basó en socavar el apoyo a Ucrania y dividir la alianza transatlántica. Después de tres años de fracaso en el campo de batalla, el regreso de Trump a la Casa Blanca puede finalmente ofrecer exactamente lo que el Kremlin quería desde el principio.
Putin no sólo busca un acuerdo sobre Ucrania, sino una reforma del orden de seguridad europeo. No sólo ha dejado claro que no aceptará tropas occidentales en el terreno en Ucrania (ni siquiera como fuerzas de paz), sino que las demandas de seguridad más amplias que hizo en su ultimátum de 2021 vuelven a estar sobre la mesa, incluida la retirada de las tropas de la OTAN de Europa del Este y de los antiguos países del Pacto de Varsovia. Y Trump, que ve a Europa más como una suplicante que como un aliado, parece dispuesto a cumplirlas.
Si Trump acepta retirar las tropas y las defensas antimisiles estadounidenses de los países bálticos, como él y sus asesores han insinuado en el pasado, los estados de primera línea quedarían expuestos a una Rusia envalentonada que no ha mostrado escrúpulos en usar la fuerza militar para lograr sus objetivos expansionistas. Así como una garantía de seguridad europea para Ucrania sería bastante inútil sin un respaldo estadounidense, Europa estaría mal equipada para disuadir la agresión rusa si Estados Unidos se retirara de la OTAN.
Los europeos se toman en serio el desafío, pero el gasto en defensa del continente lleva décadas rezagado y sus capacidades militares están fragmentadas y no cuentan con los fondos necesarios. Incluso si una Europa dividida políticamente aumentara sus inversiones en seguridad colectiva de la noche a la mañana, llevaría años construir el tipo de disuasión que proporciona la OTAN bajo el liderazgo estadounidense, años que Europa no tiene. Después de más de una década de complacencia, puede ser demasiado tarde para que se pongan de acuerdo.

De pronto, los europeos se encuentran librando una guerra en dos frentes: las amenazas rusas a la seguridad y la hostilidad antieuropea de Estados Unidos. Cuando el secretario de Defensa de Estados Unidos declara que “las duras realidades estratégicas impiden que Estados Unidos se centre principalmente en la seguridad europea”, eso es una expresión diplomática que significa “están solos”. Pero el problema va más allá de que Estados Unidos ya no sea un socio confiable en la lucha contra Rusia o incluso un garante de seguridad de última hora. La propia alianza transatlántica está en problemas cuando el vicepresidente estadounidense dice que la mayor amenaza para Europa viene “de dentro” y su administración euroescéptica de Trump amenaza activamente con interferir en las democracias europeas, socavar la economía europea, debilitar la unidad europea e incluso –en el caso de Groenlandia– violar la soberanía europea.
Ochenta años después de que los líderes de Estados Unidos, el Reino Unido y la Unión Soviética dividieran en esferas de influencia la Europa de posguerra en Yalta, Trump y Putin están dispuestos a hacer lo mismo. Los rusos verían codificadas sus ambiciones territoriales europeas, los estadounidenses asegurarían sus propios intereses y cada lado se dividiría el Ártico, dejando al resto del mundo que se las arregle por sí solo. Esto no es sólo una traición a Ucrania y Europa: es el desmoronamiento del orden mundial que Estados Unidos construyó después de la Segunda Guerra Mundial.
Estamos presenciando un retorno a la ley de la selva, un mundo G-Zero donde la fuerza hace el derecho.
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