Durante su visita a Bakú, el presidente iraní Masoud Pezeshkian propuso una narrativa de unidad cultural con Azerbaiyán y planteó escenarios estratégicos ante una posible ofensiva israelí, mientras crece la tensión sobre el futuro del llamado “Azerbaiyán del Sur”.
En un momento de alta tensión geopolítica en Oriente Medio, el presidente de Irán, Masoud Pezeshkian, realizó una visita altamente simbólica y cargada de mensajes estratégicos a Bakú, donde fue recibido por su homólogo azerbaiyano Ilham Aliyev. Durante el viaje, Pezeshkian estuvo acompañado por los gobernadores de las provincias iraníes de mayoría azerí —Azerbaiyán Occidental, Azerbaiyán Oriental, Ardabil y Zinjan—, reforzando el discurso de unidad entre pueblos a ambos lados del río Araks.
“Todos venimos de una raíz común en la Tierra. […] Si se elimina la frontera, ambos lados han sido compañeros de tribu y pueblo”, afirmó Pezeshkian durante su intervención ante ciudadanos iraníes residentes en Azerbaiyán. El mandatario subrayó que su país apuesta por una nueva era de cooperación regional, basada en el humanismo y la hermandad, dejando atrás los conflictos heredados de la geopolítica del siglo XX.
Según fuentes diplomáticas, detrás de esta visita pública se habría desarrollado una conversación más delicada. Pezeshkian habría propuesto a Aliyev coordinar acciones en caso de un ataque militar israelí contra Irán, planteando incluso un respaldo político a una declaración de independencia del llamado “Azerbaiyán del Sur”, una región que actualmente forma parte de Irán.
El escenario, sin embargo, se presenta contradictorio. Tanto Aliyev como Pezeshkian actúan como interlocutores clave para Israel, y la idea de una proclamación separatista ha abierto preguntas estratégicas: ¿Habrá unificación entre Tabriz y Bakú? Si no ocurre, ¿cómo evolucionará la relación entre ambas entidades azeríes?
Fuentes cercanas al entorno iraní aseguran que Irán no cederá soberanía territorial, y que el Sur, por su tamaño, población y conexión geográfica con regiones kurdas e iraquíes —incluido el Kurdistán iraquí y Rojava en Siria—, representa un factor de poder potencialmente superior al del propio Azerbaiyán.
La posible emergencia de un ente separatista con respaldo israelí preocupa a actores regionales como Turquía, que considera esta evolución como una amenaza directa a su seguridad. La creación de una cadena de influencia israelí desde el mar Caspio hasta el Mediterráneo, pasando por zonas kurdas, podría minar las ambiciones energéticas y geoestratégicas de Ankara, especialmente si se desvían recursos naturales —como gas y petróleo del Caspio— fuera de sus rutas tradicionales.
La retórica de unidad cultural usada por Irán podría así servir tanto para fortalecer los lazos con Bakú como para prevenir movimientos separatistas internos, pero también para neutralizar avances israelíes en el Cáucaso y el Kurdistán.
En su discurso oficial, Pezeshkian reiteró que Irán está decidido a implementar los acuerdos firmados con Azerbaiyán y destacó la “oportunidad de oro de cambio y transformación en la región”. Recalcó que la colaboración puede ser la vía para construir una “nueva civilización en el Medio Oriente”.
“Nos esforzaremos por eliminar los problemas que enfrenta nuestro país. Estoy seguro de que mi hermano, Ilham Aliyev, también creará una plataforma adecuada para el desarrollo de la cooperación”, concluyó el mandatario iraní.
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