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Del globalismo al neofeudalismo: el nuevo orden del caos multipolar en el Cáucaso. Por Klaus Lange Hazarian

Una transición sistémica disfrazada de crisis permanente

Del globalismo neoliberal al neofeudalismo digital: cómo el nuevo orden mundial se reconfigura. Un análisis desde el Cáucaso y Oriente Medio.

El mundo ya no gira en torno a los ejes de poder que marcaron la posguerra fría. El globalismo neoliberal, impulsado por Estados Unidos y Occidente como proyecto civilizatorio dominante, ha entrado en una fase terminal en el Cáucaso y en el mundo. Sus promesas de integración global, libre comercio y soberanía diluida bajo estructuras supranacionales han sido reemplazadas por un modelo emergente: un neofeudalismo global, basado en el control fragmentado de territorios, recursos y poblaciones, sin mediaciones estatales plenas ni derecho internacional efectivo.

Desde las crisis estructurales del capitalismo financiero (2008, 2020, 2022), hasta el colapso de Estados fallidos en Medio Oriente, la emergencia de nuevas potencias autoritarias y el retorno de guerras convencionales en Eurasia, todo parece indicar que el nuevo orden es, en realidad, una guerra permanente por el control del espacio y de los cuerpos. La fragmentación no es el resultado del caos: es su lógica fundacional.

Irán: resistencia a la fragmentación desde el eje de la autarquía

A diferencia de sus vecinos, Irán no ha colapsado. Ha resistido décadas de sanciones, aislamiento económico y guerra híbrida gracias a una estructura estatal teocrática centralizada, basada en su Guardia Revolucionaria, y un modelo económico mixto con fuerte control estatal.

Sin embargo, el neofeudalismo no pasa por alto a Irán. El país ha externalizado su influencia mediante redes paramilitares (Hezbolá, Hashd al-Shaabi, Houthis) que controlan vastas zonas en Siria, Irak, Líbano y Yemen. En la práctica, Teherán proyecta poder más allá de sus fronteras mediante proxies, lo que reproduce la lógica fragmentaria del orden emergente, pero desde un centro de poder sólido.

En este esquema, la guerra con Israel, la rivalidad con Arabia Saudita y el eje Bakú-Tel Aviv-Washington convierten a Irán en un pilar geopolítico que intenta resistir la lógica de desmembramiento regional.

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Del globalismo neoliberal al neofeudalismo digital: cómo el nuevo orden mundial se reconfigura. Un análisis desde el Cáucaso y Oriente Medio.

Georgia: entre el Estado debilitado y el enclave logístico

Georgia es uno de los ejemplos más visibles de cómo los Estados pueden transformarse en plataformas de tránsito y control sin soberanía real. La presión ejercida sobre productos armenios en la aduana de Lars, la colaboración activa con Azerbaiyán en proyectos energéticos occidentales y la política ambivalente del gobierno georgiano hacia Rusia son signos de una estatidad funcionalizada al servicio de corredores logísticos y energéticos.

Aunque nominalmente soberano, el gobierno georgiano actúa como actor terciario en un juego de fuerzas superiores, mientras se reconfigura como un puente entre Eurasia y Occidente. En este esquema, el Estado georgiano sobrevive no por su autonomía, sino por su utilidad para otros.

Azerbaiyán: el prototipo de la autocracia logística

Azerbaiyán ha emergido como uno de los actores centrales del nuevo orden neofeudal en el Cáucaso. Bajo el liderazgo de Ilham Aliyev, el país se ha consolidado como potencia logística y energética, aliada estratégica de Turquía e Israel, y eje clave en la redirección de recursos hacia Europa tras la guerra en Ucrania.

La limpieza étnica de Artsaj, el control militar sobre Najicheván, la vigilancia del espacio aéreo armenio y los acuerdos con Siria para suministrar gas mediante SOCAR revelan un modelo de expansión territorial sin anexión formal, basado en el control efectivo del terreno, los recursos y las rutas. La guerra ya no necesita declaración: la paz impuesta es solo un nuevo formato de dominio.

Turquía: de potencia regional a señorío neosultánico

Turquía ha articulado una estrategia coherente de expansión neofeudal. Bajo la doctrina de “Turquía centenaria”, el gobierno de Recep Tayyip Erdoğan ha instalado bases militares en Siria, Irak, Azerbaiyán, Libia y Catar, ha desplazado a poblaciones enteras en el norte de Siria y ha impuesto un modelo cultural e ideológico islamo-nacionalista en sus zonas de influencia.

Al igual que las potencias medievales, Ankara no necesita conquistar, sino proyectar poder mediante el control de enclaves, milicias aliadas (como el Ejército Nacional Sirio) y empresas de construcción e inteligencia. Turquía ofrece a Europa gas alternativo, a Asia rutas terrestres, y al mundo musulmán un relato de liderazgo espiritual. Su alianza con Bakú y su influencia en Najicheván refuerzan su rol como señorío regional en el mapa multipolar.

Armenia: la frontera expuesta del neofeudalismo

En el marco de esta lectura, Armenia es uno de los múltiples casos donde la erosión del Estado-nación se manifiesta de forma acelerada. Atrapado entre el retroceso de Rusia en el Cáucaso y la expansión de nuevas lógicas de poder fragmentadas —vinculadas a intereses tribales, eclesiásticos, oligarquías empresariales y potencias externas— el Estado armenio experimenta hoy un déficit crónico de soberanía sobre sus propios territorios, instituciones y recursos estratégicos.

La consolidación de enclaves con lealtades diferenciadas —tanto políticas como económicas— muestra que el poder ya no se concentra en el aparato estatal, sino que se reparte entre actores híbridos: fundaciones religiosas, empresas con respaldo transnacional, redes de influencia extranjeras y estructuras de seguridad que actúan como “feudos” autónomos.

La reciente disputa por la red eléctrica (ENA), así como la tentativa de nacionalización de propiedades estratégicas como el Circo de Ereván —controlado por el grupo Tashir—, refleja esta puja entre el Estado formal y estructuras económicas paralelas que juegan en contra del nacionalismo armenio.

En paralelo, actores como la Iglesia Apostólica, los partidos tradicionales que gobernaron, el sospechado movimiento proruso Dashnaktsutyun, y redes oligárquicas vinculadas a intereses rusos o iraníes, reclaman espacios de poder propios en los márgenes de la autoridad estatal. Cada uno, en cierto modo, administra su propio «feudo»: recursos financieros, territorios simbólicos, fidelidades ideológicas o capacidades de movilización social.

Lo que está en juego no es simplemente una reforma institucional, sino la posibilidad misma de que el Estado armenio subsista como entidad soberana y centralizada. En esta transición, Armenia se convierte en un espejo regional del colapso del globalismo y de la instalación de un nuevo paradigma post-estatal.

Tecnología, control y jerarquía: las nuevas armas del poder global

Como señala el economista griego Yanis Varoufakis, el “tecno-feudalismo” es la versión actualizada del poder jerárquico, donde la propiedad de los medios de producción ya no es el eje principal, sino el control de los flujos digitales, los datos y los cuerpos. En este sistema, la centralidad la ocupan quienes poseen inteligencia artificial, vigilancia digital, cadenas logísticas y capacidad de coerción transnacional.

En este contexto, ni China ni Estados Unidos representan proyectos democráticos. La “monarquía tecno” de figuras como Peter Thiel o Elon Musk se enfrenta al capitalismo estatal autoritario chino, mientras Europa militariza su aparato digital y Rusia refuerza su modelo extractivista de comando. Todos, sin excepción, compiten en una carrera hacia el control del espacio humano, más que del territorio.

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