Lavrov “borra” los Principios de Helsinki; y Trump impulsa una cumbre entre Armenia y Azerbaiyán que formalizará el statu quo mientras Turquía maniobra entre el Cáucaso y Oriente Medio
La supuesta cumbre entre el presidente estadounidense Donald Trump, el primer ministro armenio Nikol Pashinián y el presidente azerbaiyano Ilham Aliyev, prevista para el próximo viernes en la Casa Blanca, despierta más preguntas que certezas. La noticia fue divulgada por el periodista Alex Raufoglu, corresponsal de origen azerbaiyano con fuertes vínculos con Turquía y Washington. A falta de confirmación oficial, todo apunta a que esta iniciativa diplomática tiene un guion turco entre bambalinas, destinado no solo a resolver formalmente el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán, sino a consolidar intereses regionales mucho más amplios.
Raufoglu, Washington y Ankara: triangulación de intereses
Alex Raufoglu no es un reportero más. Formado en Turquía, vinculado a medios como la BBC, Radio Liberty y la Agencia Turan —esta última abiertamente proturca y cercana a círculos diplomáticos en Ankara—, su filtración sugiere que la iniciativa de la cumbre proviene indirectamente de Turquía. A su vez, la Agencia Anadolu informó de una llamada reciente entre los cancilleres turco y azerbaiyano, aunque sin detalles ni confirmación por parte de Bakú.
Ese silencio —y la omisión deliberada de medios azerbaiyanos sobre el anuncio de la cumbre— indica que la diplomacia turca estaría gestionando las condiciones y narrativas previas a la cita en Washington. En ese marco, la expresión “temas regionales actuales”, utilizada por Anadolu para describir el contenido de la llamada, parece un eufemismo para referirse a un posible acuerdo bilateral entre Armenia y Azerbaiyán.
Turquía, atrapada entre dos frentes
Aunque Ankara ha sido un actor clave en la victoria militar de Azerbaiyán sobre Artsaj en 2020 y en la consolidación del actual statu quo, el nuevo foco de su política exterior se ha desplazado hacia Oriente Medio. Las crecientes tensiones entre Israel y Siria, sumadas a la escalada en Gaza y al activismo de Irán, le exigen a Erdogan recursos diplomáticos, militares y simbólicos en esa región.
Un acuerdo entre Armenia y Azerbaiyán mediado por EE. UU. —y tolerado por Rusia— permitiría a Turquía quitarse un conflicto “resuelto” del expediente caucásico. Incluso, Erdogan podría vender la paz como un logro propio, sin coste político interno ni enfrentamientos con sus socios de la OTAN. Como subraya el analista Vahram Atanesyan, “formalizar el statu quo con legitimidad internacional blindaría a Turquía de futuras complicaciones y reforzaría su imagen de pacificador ante la comunidad internacional”.
Trump, ¿mediador neutral o actor con agenda?
Por su parte, Donald Trump parece utilizar el conflicto armenio-azerbaiyano como una ficha geopolítica. La visita de su enviado especial Steven Witkoff a Moscú, dos días antes de la cumbre prevista, sugiere que el Kremlin ha sido discretamente consultado o informado. Moscú, que fue desplazado como mediador regional tras la guerra de 2023, podría aceptar un arreglo si este no amenaza su influencia en el sur del Cáucaso.
Trump, sin embargo, también podría aprovechar el encuentro para avanzar en una agenda energética o económica más agresiva en Armenia, como lo insinúa el reciente escándalo sobre el rumor de un arrendamiento del Paso de Meghri a una empresa privada estadounidense —información ya desmentida por el gobierno armenio, pero aún no comentada por Washington.

¿Quién gana en esta cumbre?
El principal beneficiario potencial es Turquía, que lograría desligarse de un conflicto congelado para centrarse en sus prioridades regionales en Siria, Gaza e Irak, con el aval de una resolución “transatlántica”. Azerbaiyán obtendría la firma de la paz sin ceder territorios ni reconocer derechos a los desplazados armenios de Artsaj. Armenia, en cambio, comparecería sin garantías claras, con la presión de un acuerdo bajo condiciones impuestas y sin apoyo visible de Rusia, Irán o Francia.
Mientras tanto, Donald Trump obtendría un logro simbólico de política exterior en plena campaña electoral, reforzando su narrativa de “pacificador global” justo cuando el conflicto en Ucrania amenaza con escalar tras su ultimátum de alto el fuego.
Un marco legal cada vez más erosionado
Todo esto ocurre en un contexto donde la arquitectura de seguridad internacional se tambalea. El canciller ruso Serguéi Lavrov declaró recientemente obsoleto el Acta Final de Helsinki, base de la OSCE y del sistema de principios internacionales de integridad territorial. En otras palabras, ni Rusia ni Azerbaiyán reconocen hoy límites legales más allá de los impuestos por la fuerza. Y si Trump preside la cumbre sin apelar a ningún principio legal internacional, sino a una lógica transaccional, se consolidará un precedente peligroso: los conflictos ya no se resolverán por derecho, sino por conveniencia.
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