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¿Dependencia o soberanía?: El neocolonialismo de Rusia en Armenia y la encrucijada del desarrollo. Por Klaus Lange Hazarian

Del “hermano mayor” al poder tutelar: Rusia y la identidad armenia

¿Puede Armenia liberarse de su dependencia de Rusia sin caer en el aislamiento? El neocolonialismo moderno impone nuevas formas de control.

¿Puede Armenia liberarse de la lógica del vasallaje regional sin caer en el aislamiento? El dilema entre la subordinación a Moscú y una estrategia de autonomía nacional inteligente

En pleno siglo XXI, la relación entre Armenia y Rusia sigue marcada por una lógica de dependencia estructural, que reproduce patrones de neocolonialismo político, cultural y militar. A diferencia del colonialismo tradicional, donde las metrópolis imponían su cultura y su idioma por la fuerza, el neocolonialismo moderno se disfraza de hermandad histórica. Pero el resultado es el mismo: pérdida de autonomía, subordinación tecnológica y control de decisiones estratégicas.

Desde la caída de la URSS, Rusia ha mantenido su influencia en Armenia no tanto por la fuerza, sino por la inercia institucional y la fragilidad del Estado armenio, carente de aliados alternativos sólidos y atrapado en una arquitectura regional hostil. Moscú no necesita tanques para controlar Ereván: le bastan los contratos energéticos, las bases militares y la dependencia emocional del pueblo armenio hacia una potencia que ya no protege, pero que tampoco permite alejarse demasiado.

Del “hermano mayor” al poder tutelar: Rusia y la identidad armenia

La narrativa oficial presenta a Rusia como el garante de la seguridad de Armenia, pero los hechos desmienten esa retórica. Ni en 2020 durante la guerra de Artsaj, ni en 2023 ante el colapso final de Nagorno-Karabaj, Moscú cumplió un rol protector. Aun así, una parte de la élite armenia —militar, clerical y económica— sigue aferrada a Rusia como centro civilizatorio, alimentando una identidad dependiente, que recuerda las formas arcaicas que el neocolonialismo moderno fomenta para frenar el desarrollo autónomo.

Este modelo se sostiene porque preserva los privilegios de una clase dirigente local que, aunque educada en Occidente, actúa como gestora local de los intereses imperiales rusos. No hay brigadas rojas ni proyectos de emancipación colectiva. En su lugar, hay retórica espiritualista, antioccidentalismo populista y una constante resistencia a toda transformación estructural.

Dos caminos sin salida: subordinación o aislamiento

Armenia se enfrenta a una disyuntiva peligrosa. Por un lado, profundizar su alineamiento con Rusia, lo que implica renunciar a su soberanía política y tecnológica, a cambio de una falsa sensación de seguridad. Por otro, caer en una ruptura sin estrategia, como pretenden algunos sectores radicales prooccidentales, que podrían llevar al país a un aislamiento geopolítico suicida, rodeado por enemigos y sin una red de respaldo real.

Ambas opciones reproducen la lógica del subdesarrollo. En el primer caso, Armenia se convierte en un satélite económico-militar de Rusia, sin acceso al mercado global ni a tecnología de punta. En el segundo, asume un camino de ruptura que carece de infraestructura nacional propia para resistir las presiones externas.

¿Y si Armenia mirara hacia Oriente? El modelo chino como referencia estratégica

El dilema no es Rusia o la OTAN. La alternativa es pensar como país inteligente y periférico. Aquí, la experiencia china ofrece una lección valiosa. Con el modelo de «un país, dos sistemas», China logró integrar capital extranjero, tecnología y comercio global sin perder el control político. Las zonas económicas especiales como Shenzhen permitieron el desarrollo acelerado, atrayendo inversiones y cerebros formados en el exterior, sin capitular ante las metrópolis.

¿Por qué Armenia no podría desarrollar su propio modelo mixto? Una estrategia de integración selectiva —con la UE, con India, con Irán, con China— sin entregarse completamente a nadie, podría permitir a Ereván diversificar su matriz energética, reconstruir su tejido industrial y recuperar soberanía financiera. Para ello, es necesario romper con el modelo de dependencia emocional y política hacia Rusia, sin caer en una entrega total a las potencias liberales, que tampoco garantizan autonomía real.

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¿Puede Armenia liberarse de su dependencia de Rusia sin caer en el aislamiento? El neocolonialismo moderno impone nuevas formas de control.

Un proyecto nacional pendiente

El verdadero desafío no es elegir entre Este u Oeste, sino construir una visión nacional de desarrollo que recupere el control sobre los recursos estratégicos, modernice el Estado y forme élites autónomas. Esto implica invertir en ciencia, tecnología, educación y cultura moderna, no en fórmulas arcaicas disfrazadas de patriotismo.

Armenia tiene talento, memoria histórica y peso simbólico para convertirse en un actor regional soberano. Pero mientras siga atada a los mecanismos del neocolonialismo —ya sea ruso, europeo o clerical—, su lugar será el de una provincia militarizada sin capacidad de decisión. Y sus jóvenes seguirán emigrando, como en cualquier otra colonia olvidada del mundo.

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