🇷🇺🇦🇿 Tensión máxima: arrestos, torturas, canje de prisioneros y un juicio por terrorismo que apunta a los Agalarov, exfamilia política de Aliyev. Política, tragedia y negocios en un mismo tablero. ♟️🔥
Las relaciones entre Rusia y Azerbaiyán atraviesan uno de sus momentos más delicados en años. A los roces diplomáticos por el derribo de un avión de Azerbaijan Airlines en diciembre de 2024 —que dejó 38 muertos y por el que Bakú acusa directamente a Moscú— se suman nuevos episodios que han tensado aún más el vínculo: el arresto de Shahin Shikhlinski, jefe de la diáspora azerbaiyana en los Urales, y el juicio por el atentado terrorista en Crocus City Hall, que ha salpicado a la influyente familia Agalarov.
En junio, una redada masiva en Ekaterimburgo contra la comunidad azerbaiyana dejó decenas de detenidos y la muerte bajo sospechosas circunstancias de dos hermanos, Ziyaddin y Huseyn Safarov, con evidentes signos de tortura. Bakú denunció la brutalidad policial, lo que derivó en una escalada sin precedentes: cancelación de eventos culturales rusos en Azerbaiyán, detenciones de ciudadanos rusos —incluidos periodistas y turistas— y acusaciones cruzadas en medios y canales diplomáticos.
En respuesta, Moscú apuntó contra líderes comunitarios azerbaiyanos, deteniendo a Shikhlinski y a su hijo, Mutallib, bajo cargos que incluyen “violencia contra un funcionario público”. Según la versión rusa, el hijo habría embestido con su coche a un policía para evitar el arresto de su padre. Mutallib sostiene que fue un accidente.
Fuentes cercanas a la negociación afirman que ambos países retienen ciudadanos del otro como piezas de intercambio, con Turquía mediando discretamente. Algunos detenidos ya habrían sido liberados o deportados, en lo que analistas ven como el preludio de un acuerdo informal de canje.
Un diplomático ruso citado por medios locales lo resume así: “Nadie quiere abrir un nuevo frente; la discreción es la única salida”.
El 22 de marzo de 2024, cuatro hombres armados irrumpieron en Crocus City Hall, en Krasnogorsk, abriendo fuego y prendiendo fuego al recinto. Murieron 145 personas y más de 550 resultaron heridas. La mayoría falleció por inhalación de humo, debido a fallas graves en los sistemas de seguridad: salidas bloqueadas, ventilación inoperativa y materiales inflamables en el escenario.
Aunque el grupo ISIS-K asumió la autoría, el Kremlin insinuó implicación ucraniana, pese a que Occidente calificó esa acusación de “infundada”. El juicio, iniciado en agosto de 2025, involucra a 19 acusados, todos originarios de Tayikistán. Organismos de derechos humanos denuncian torturas para forzar confesiones y la falta de transparencia del proceso, gran parte del cual se celebra a puerta cerrada.
La tragedia ha salpicado a la familia Agalarov, dueña de Crocus City Hall. Aras Agalarov, magnate de origen azerbaiyano, y su hijo Emin —exyerno del presidente Ilham Aliyev— son acusados por familiares de víctimas de negligencia en materia de seguridad.
El abogado Igor Trunov sostiene que “los sistemas contra incendios no funcionaron y las salidas estaban cerradas; esto multiplicó las muertes”. Varias demandas civiles ya buscan compensaciones millonarias.
En las últimas semanas, voces cercanas al Kremlin, como Vitaly Borodin, han pedido que se les retire la propiedad de Crocus, acusándolos de huir a Azerbaiyán y de desviar fondos de préstamos rusos para construir el lujoso complejo Sea Breeze en Bakú. Fotos publicadas por Emin Agalarov confirman que ambos se encuentran allí, lejos del alcance judicial ruso.
El dilema para Moscú es evidente: perseguir penalmente a un empresario con vínculos familiares directos con el presidente de Azerbaiyán, o mantener un silencio pragmático para evitar un choque diplomático mayor.
A puertas cerradas, Rusia y Azerbaiyán negocian. El canje de detenidos parece inminente, y el caso Agalarov podría convertirse en moneda de cambio en esta partida de ajedrez diplomático. Con la guerra en Ucrania como telón de fondo, ninguno de los dos gobiernos quiere que esta crisis bilateral se descontrole. La consigna, como repiten en Moscú y Bakú, es contener el daño sin ceder en el orgullo nacional.
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