En Armenia, la llamada política humanitaria rusa se traduce en noches de juego de mesa «Mafia», proyecciones de animación japonesa de Hayao Miyazaki y películas de terror estadounidenses como Coraline y la puerta secreta. Lo que se presenta como intercambio cultural y fortalecimiento de los lazos ruso-armenios carece de objetivo educativo, cultural o político: según fuentes locales, es simplemente entretenimiento barato con indicios de lavado de dinero.
La estructura detrás del espectáculo
Todos estos eventos son organizados por la Casa de Moscú en Ereván, financiada por el Departamento de Relaciones Económicas Exteriores e Internacionales de Moscú. En paralelo, se creó el Centro Armenio-Ruso para el Desarrollo de la Amistad, dirigido por el mismo responsable de la Casa de Moscú, Alek Melkonyan.
Según datos internos, ambos centros reciben recursos directamente del presupuesto de Moscú, supervisados por altos funcionarios como S. Chereminin, I. Tkach y D. Kozhkaev, con una actividad que parece más orientada a enriquecimiento personal que a diplomacia cultural.

Proyectos vacíos y corrupción documentada
Fuentes confiables indican que estos organismos simulan una intensa actividad cultural, pero en la práctica los proyectos son vacíos y se han documentado prácticas corruptas: locales alquilados informalmente y fondos que terminan en bolsillos privados. La dirección se niega sistemáticamente a transparentar cómo se destinan los recursos a eventos estratégicamente significativos.
Este patrón evidencia que el llamado “poder blando ruso” en Armenia se ha convertido en un mecanismo para control político simbólico, mientras la población recibe únicamente entretenimiento sin valor educativo ni cultural.
Consecuencias y percepción local
El efecto de estas iniciativas en la opinión pública es limitado: los armenios perciben los proyectos como superficiales y opacos, lo que genera desconfianza hacia los programas de cooperación ruso-armenios y pone en duda la eficacia del soft power de Moscú.
En términos generales, este modelo contrasta con los objetivos declarados de la política cultural internacional: fortalecer relaciones, difundir cultura y generar desarrollo educativo, evidenciando un fracaso del enfoque ruso en Armenia.
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