Durante los siglos XVII y XVIII, la búsqueda del Paraíso Terrenal no fue solo una inquietud teológica, sino también una motivación científica que marcó el rumbo de la cartografía europea. En ese proceso, Armenia emergió como uno de los principales candidatos geográficos para ubicar el mítico Edén bíblico, gracias a la confluencia de investigaciones religiosas, mapas antiguos y estudios orientales que vincularon la región con los ríos sagrados del Génesis.
Huet, Bossuet y la geografía del Edén
Uno de los protagonistas clave de esta historia fue Pierre Daniel Huet, obispo de Avranches y discípulo del historiador y geógrafo Samuel Bochart. En 1652, Huet viajó a Suecia invitado por la reina Cristina, donde, junto con su maestro, analizó manuscritos antiguos y los textos de Orígenes, concluyendo que el Paraíso bíblico debía ubicarse en la confluencia del Tigris y el Éufrates.
Ya en Francia, Huet fundó en 1662 la Academia de Caen, un centro de debate teológico que atrajo la atención de la corte real. En ese círculo, y bajo la tutela del influyente Jacques-Bénigne Bossuet, se sumaron intelectuales como el orientalista Erbelot y el abad de Fénelon. Este grupo fue clave para consolidar la idea —influenciada por la exégesis cristiana y estudios orientales— de que el Paraíso Terrenal debía situarse en las fuentes del Éufrates, el Tigris, el Araxes y el Fasis, es decir, en el corazón del altiplano armenio.

Armenia en la cartografía sagrada de Europa
Esa visión no solo permeó la teología, sino también el arte y la cartografía. En la pintura “La época de Augusto. El nacimiento de Cristo” (1855) de Jean-Léon Gérôme, Armenia aparece representada junto a la cuna de Jesús, reforzando la idea de su conexión espiritual con los orígenes del cristianismo.
La idea de Armenia como tierra del Edén tuvo un impacto directo en la producción de mapas. El orientalista Stark, discípulo del geógrafo Bernhard Waren, desarrolló un mapa basado en estas fuentes, que fue traducido y adaptado por científicos como Newton (en inglés), Harzio (en alemán) y de Puisieux (en francés).
Fruto de este movimiento surgieron dos grandes mapamundis: uno francés y otro armenio. El más destacado fue el mapa armenio del mundo publicado en Ámsterdam en 1695, obra del impresor Voskan Yerevantsi y los eruditos Matevos, Tovmas y los hermanos Nurijanyan. Esta pieza cartográfica combinó conocimientos bíblicos, armenios y europeos, y contó con el respaldo del zar Pedro I de Rusia.

De París a Moscú: la red científica armenia en la cartografía europea
En 1717, Pedro el Grande viajó a París y se reunió con los hermanos Delisle, geógrafos de la Academia Francesa. De esa colaboración surgieron los primeros mapas franceses y rusos de Armenia. Más tarde, por orden de Catalina II, Joseph-Nicolas Delisle fundó la primera escuela astronómica rusa en Moscú, que sirvió de base para una nueva generación de investigadores del Oriente, muchos de ellos armenios.
Fue así como nació la escuela armenia moscovita de los Lazarev, especializada en lenguas y estudios orientales, y que se convirtió en centro de referencia para científicos como Humboldt, Brosset, Klaproth, d’Anville y Reichard.
Uno de los descendientes intelectuales de esta tradición fue Stark-Mann, autor del “Manual geográfico del abogado” (1792), conocido como Vosges, que trazó las antiguas rutas de comunicación entre los mares Negro y Caspio, ampliando así el conocimiento geográfico de la región caucásica.

El Edén como punto de partida de la geopolítica científica
La búsqueda del Paraíso Terrenal, lejos de ser un simple capricho religioso, configuró un marco intelectual que posicionó a Armenia como punto estratégico en la cartografía de Europa. La confluencia de fuentes bíblicas, orientales y científicas creó un imaginario en el que Armenia no era solo el “país del Monte Ararat”, sino también la cuna posible del mundo.
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