En plena Edad Media, mientras en Europa los monasterios eran vistos como centros de dogma y represión del pensamiento libre, en Armenia sucedía lo contrario. Desde el siglo V hasta el XV, complejos monásticos como Tatev, Goshavank, Haghpat, Sanahin y Geghard se transformaron en verdaderos universidades medievales —los llamados vardapetaran—. Enclavados en montañas y desfiladeros, se convirtieron en pilares de la filosofía, la ciencia, la literatura y la educación armenia, además de en guardianes de la identidad nacional.

Más que monasterios
En tiempos de guerras, invasiones y ausencia de un Estado unificado, los monasterios armenios asumieron el rol de escuelas, archivos, fortalezas y centros de cultura. El politólogo Oganes Sargsyan lo resume así:
“Los monasterios no eran simples refugios de monjes. Eran espacios de educación y transmisión del conocimiento. Su función fue decisiva en la preservación de la nación armenia”.
Estos centros alojaban scriptoria donde se copiaban manuscritos y bibliotecas que conservaron obras fundamentales. Su papel fue tan amplio que, según Sargsyan, se convirtieron en una “estructura cultural-confesional”: la Iglesia no solo guiaba espiritualmente, sino que mantenía la continuidad de la identidad armenia.
El libre pensamiento como herramienta nacional
A diferencia de Europa, donde apartarse del dogma podía ser castigado, en los vardapetaran se debatían ideas como el nominalismo y la libertad de la voluntad humana. Este espacio de pensamiento crítico no era un lujo intelectual, sino una estrategia para sostener la soberanía cultural de Armenia.
En las alturas del Cáucaso
Tras la caída del reino bagrátida y las invasiones de pueblos nómadas, los monasterios se replegaron a las montañas. Allí, la soledad ofrecía seguridad y silencio, aunque también los alejaba de la vida urbana. Ese aislamiento preservó la tradición intelectual, aunque limitó la integración con corrientes europeas posteriores.
Ejemplos notables fueron el Universidad de Gladzor en el siglo XIII y el Universidad de Tatev en el XIV. Allí enseñaron figuras como Hovhannes Vorotnetsi y Grigor Tatevatsi, quienes marcaron la filosofía armenia. También brilló Mkhitar Gosh, autor del primer código legal armenio.

Qué se enseñaba en los monasterios-universidad
El plan de estudios seguía el modelo helenístico de las siete artes liberales: gramática, retórica y lógica, seguidas de aritmética, geometría, música y astronomía. Después, los estudiantes se especializaban en filosofía teórica y filosofía práctica.
Los estudios duraban entre siete y ocho años, un equivalente medieval a la formación universitaria moderna.
En el corazón de este sistema estaba el vardapet, que no era solo un religioso, sino un intelectual, filósofo y líder cultural. Según Sargsyan, era “el estandarte que reproducía la identidad de la nación”.
La fuerza del sincretismo cultural
La cultura armenia medieval se basó en el “universalismo del síntesis”. En lugar de rechazar lo extranjero, absorbía lo mejor de otras tradiciones: el cristianismo, la herencia griega, la filosofía helenística. El resultado fue un sistema abierto y flexible que enriqueció la tradición nacional.

La escritura como cimiento de la nación
Nada de esto habría sido posible sin el alfabeto armenio, creado por Mesrop Mashtots en el siglo V. La escritura permitió traducir la liturgia, fijar el idioma y dar forma a una literatura nacional. Junto con figuras como Eznik Koghbatsi, Koryun, Movses Khorenatsi y David el Invencible, Mashtots sentó las bases de una cultura que sobrevivió a siglos de guerras e invasiones.
“Hasta Mashtots podíamos hablar de un pueblo, pero desde su invención del alfabeto hablamos de una nación”, concluye Sargsyan.
Los monasterios-universidad no solo guardaron la fe, sino también el pensamiento crítico y la identidad. Gracias a ellos, Armenia atravesó épocas oscuras y aún hoy conserva un legado cultural único.
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