Un reciente estudio del investigador Jakub Osiecki revela cómo la Iglesia Apostólica Armenia navegó entre la represión y la supervivencia durante los primeros años de la la era soviética, dejando heridas que aún marcan a la sociedad armenia contemporánea. Basado en archivos históricos y testimonios orales, el libro «La Iglesia armenia en la Armenia soviética» documenta este complejo periodo donde la fe se convirtió en un acto de resistencia identitaria, según resume en un reportaje su autor publicado en Agos.
Los primeros años: La ilusión de lo efímero
Cuando los bolcheviques tomaron el control de Armenia en 1920, el Catolicós Kevork V y la jerarquía eclesiástica subestimaron la permanencia del nuevo régimen. «Creían que los bolcheviques serían un fenómeno pasajero y que los dashnaks (Federación Revolucionaria Armenia) recuperarían el poder», explica Osiecki. Esta esperanza se desvaneció rápidamente cuando el Estado inició una campaña sistemática para erradicar la influencia religiosa: cierre de iglesias, persecución del clero y prohibición de cultos públicos.

La estrategia fallida del diálogo con los soviéticos
Ante la creciente represión, la Iglesia intentó negociar su supervivencia institucional. Figuras como Horen Muradbekyan (futuro Catolicós) lideraron un acercamiento con las autoridades, pero esto terminó siendo utilizado en su contra. «Los bolcheviques infiltraron agentes en la estructura eclesiástica y promovieron divisiones internas entre clérigos prosoviéticos y opositores», detalla el investigador.
Para la década de 1930, ninguna iglesia permanecía abierta en Armenia. El Estado reemplazó la educación religiosa con escuelas laicas, cortando el vínculo entre las nuevas generaciones y la fe. «La gente seguía creyendo en privado, pero el miedo a la represión volvió la práctica religiosa un tabú», señala Osiecki.
Resistencias populares y derrotas simbólicas
A pesar del férreo control, hubo actos de resistencia. En aldeas como Nor Bayazit y Javakheti, grupos de campesinos —especialmente mujeres— se enfrentaron a las autoridades para evitar el cierre de sus templos. «En algunos casos, lograron retrasarlo, pero la maquinaria represiva siempre terminaba imponiéndose», relata el autor.
Uno de los hallazgos más impactantes de la investigación es el destino de los refugiados armenios del Genocidio que llegaron a la URSS. «Documentos fiscales muestran que muchos, desesperados por la hambruna, pidieron regresar a Turquía —el mismo país del que habían huido—, lo que ilustra la crudeza de la vida bajo el stalinismo», afirma Osiecki.
Un trauma que perdura en la Armenia postsoviética
El estudio argumenta que la desconexión forzada entre religión e identidad nacional dejó secuelas profundas. «Durante 60 años, los armenios crecieron sin iglesias, sin transmisión de rituales. Reconstruir ese vínculo tras 1991 fue casi imposible», explica el académico. Hoy, aunque la Iglesia Apostólica ha recuperado su papel simbólico, su influencia social sigue siendo limitada comparada con la era pre-soviética.
Osiecki critica la falta de interés oficial por revisar este pasado: «Ni el gobierno ni el Catholicosado han mostrado voluntad de abrir archivos o debatir cómo la colaboración con los soviéticos debilitó a la institución». Ejemplo de ello es que la estatua de Alexander Miasnikyan —uno de los responsables de deportaciones— sigue en pie en Ereván.
¿Por qué importa hoy?
- La represión religiosa soviética fragmentó la identidad armenia, separando lo nacional de lo espiritual.
- El libro cuestiona narrativas oficiales sobre la Armenia soviética, mostrando sus contradicciones.
- Revela paralelos con otros países postsoviéticos, donde la fe aún lucha por recuperar su espacio público.
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