En pleno apogeo del Genocidio Armenio, cuando el Imperio Otomano ejecutaba su plan sistemático de exterminio contra la población cristiana —particularmente armenios y asirios—, un jefe tribal yazidí llamado Hamoe Sharo emergió como un inesperado salvador. Desde las montañas de Shingal, en el norte de la actual Irak, Hamoe Sharo y sus combatientes resistieron durante meses los ataques otomanos para proteger a miles de refugiados cristianos.
La decisión de proteger a los perseguidos
Ante las exigencias de las autoridades otomanas, que reclamaban la entrega de los cristianos que habían buscado refugio en las montañas de Shingal, Hamoe Sharo optó por la resistencia. El líder yazidí Mir Ismail Cholo-beg envió una carta a los clérigos cristianos en la que expresaba su disposición a ofrecer protección. Así, comenzó una operación de rescate y acogida sin precedentes.
Tras una reunión entre representantes del clero yazidí y asirio, los refugiados fueron trasladados a zonas más seguras, mientras las tensiones con los otomanos crecían. Según la historiadora Christina Alison, los turcos enviaron una carta exigiendo la entrega de los refugiados. La respuesta de Hamoe Sharo fue clara: rompió la carta y devolvió a los emisarios desnudos como señal de desprecio y desafío.
“¿Cómo puedo entregar a los armenios a los otomanos si recurrieron a nosotros en busca de ayuda? Prometí protegerlos y juro por mi honor que ninguno de ellos será entregado a los turcos. ¡Mis hijos y yo estamos dispuestos a morir por ellos!”, habría declarado el jefe tribal ante su consejo, según la tradición oral recogida por diversas fuentes regionales.
Dos meses de resistencia feroz
Las montañas de Shingal se convirtieron en escenario de una férrea resistencia. Los yazidíes escondieron a los refugiados en cuevas mientras repelían los ataques otomanos desde el sur. Las escaramuzas se intensificaron en las aldeas de Gabar, Kyzylkant y Jidala, donde se libraron batallas cuerpo a cuerpo.
En paralelo, el comandante yazidí Khalaf Shangali dirigió una fuerza de caballería que enfrentó a los otomanos en Tel Afar, anticipándose a un nuevo avance enemigo. Esta maniobra fue clave para proteger la retaguardia donde se encontraban los refugiados.
Las bajas fueron considerables. En uno de los enfrentamientos murieron más de 35 soldados otomanos, y Hamoe Sharo perdió a su amigo más cercano. El comandante turco Ibrahim Pasha reconoció la gravedad de la situación y lamentó ante sus superiores las pérdidas, cuyos cuerpos fueron enviados a Mosul.
Como represalia, los otomanos saquearon aldeas yazidíes, destruyeron sus reservas de alimentos y amenazaron con una campaña total de aniquilación. Sin embargo, la determinación de Hamoe Sharo y su gente no flaqueó.

Un legado de valentía y humanidad
En una época marcada por la traición, el horror y el exterminio, la historia de Hamoe Sharo brilla como un faro de humanidad. A pesar de pertenecer a una minoría también perseguida y marginada como los yazidíes, Sharo arriesgó todo por salvar a quienes acudieron a él en busca de protección.
Más de 20.000 vidas cristianas —en su mayoría armenios y asirios— fueron salvadas gracias al coraje de este líder tribal. Su historia, aún poco difundida, representa una de las pocas páginas luminosas del trágico capítulo que fue el Genocidio Armenio.
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