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La guerra de Armenia contra las bolsas plásticas: ¿progreso real o ilusión ecológica?

A tres años de su entrada en vigor, la ley que prohibía las bolsas plásticas livianas se encuentra entre el incumplimiento sistemático y el maquillaje ecológico

A tres años de su entrada en vigor, la ley que prohibía las bolsas plásticas en Armenia sigue sin cumplirse. Denuncian maquillaje ecológico

En enero de 2022, Armenia declaró la guerra a las bolsas plásticas. Se prohibió su venta si eran más finas que 50 micras, se comenzó a cobrar su entrega en los comercios, y se invocó un nuevo horizonte ambiental. El objetivo era claro: reducir la contaminación plástica y dar una señal de civilización en la era del cambio climático. Pero tres años después, la norma se aplica a medias y muchos armenios se preguntan si no fue más que una ilusión de políticas verdes.

Una ley en papel: la norma no llega a la calle

El uso de bolsas ultralivianas sigue siendo generalizado en los mercados, ferias de verduras y tiendas de ropa. Aunque la normativa atribuye a las municipalidades la responsabilidad de hacer cumplir la ley, no hay fiscalización visible ni sanciones efectivas.

“Las autoridades vinieron, dieron un par de advertencias y luego se olvidaron del asunto”, contó a este medio el gerente de una empresa productora que prefirió el anonimato. “Seguimos operando como antes. Las grandes cadenas usan bolsas más gruesas, pero las tiendas pequeñas quieren lo más barato. Y eso seguimos fabricando”.

Lo que debería ser una política nacional de cambio cultural parece haberse reducido a una formalidad burocrática sin capacidad de transformación real.

bolsas plásticas Armenia
A tres años de su entrada en vigor, la ley que prohibía las bolsas plásticas en Armenia sigue sin cumplirse. Denuncian maquillaje ecológico

Ecologismo performativo: lo que no se ve en el Lago Sevan

Las organizaciones ambientales lo advierten desde hace años. Para Inga Zarafyan, presidenta de la ONG EcoLur, la ley “no funcionó ni un solo día” y fue “una decisión fragmentada dentro de una cadena rota de gestión de residuos”.

Zarafyan subraya que el daño plástico va mucho más allá de lo que se ve. En estudios recientes, su organización halló restos de polímeros en animales silvestres alrededor del Lago Sevan. “No hablamos solo de la bolsa en la calle: es el aire, el agua, los cuerpos vivos. Es un fenómeno grave y silencioso”.

A su juicio, el Estado no ha sido capaz de controlar ni la producción ni la importación ni el consumo. Importadores con vínculos políticos, evasión de controles a través del comercio electrónico y la inexistencia de incentivos reales para el reciclaje refuerzan un sistema que se sostiene en la desidia.

Reciclaje y educación: dos grandes ausencias

En las calles de Ereván aparecen de vez en cuando contenedores para clasificación de residuos, pero pocos creen que los desechos clasificados tengan destino diferente al vertedero. Zarafyan plantea un modelo alternativo: acuerdos directos entre empresas recicladoras y organizaciones que clasifiquen residuos, en una economía circular real que otorgue valor económico al plástico reciclado.

Pero sin una política pública educativa sólida, no hay cambio estructural posible. “Hay que enseñar a la gente a decir que no, a tener alternativas. Sin motivación ni alternativas, el rechazo al plástico no es viable”, insiste Zarafyan.

Una oportunidad perdida (por ahora)

Lo que pudo haber sido una experiencia pionera en el Cáucaso para limitar los daños del plástico se transformó en una historia de incoherencias, vacíos legales y falta de voluntad estatal. Como tantas veces, la normativa existe, pero no se aplica; los peligros se conocen, pero se minimizan; las soluciones se discuten, pero no se ejecutan.

Mientras tanto, las bolsas siguen flotando en el viento, recordando a cada ciudadano que la promesa ecológica aún espera convertirse en acción concreta.

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