Irán organiza la Conferencia de Diálogo de Teherán con delegaciones de 53 países. En un tono más moderado, busca negociar con Occidente y reposicionarse como potencia regional. ¿Marca esto un nuevo rumbo en su política exterior?
Con la participación de delegaciones de 53 países, incluyendo altos funcionarios gubernamentales, la “Conferencia de Diálogo de Teherán”, celebrada el 18 de mayo, marcó un nuevo intento de posicionamiento internacional por parte de la República Islámica de Irán.
Organizado por el Centro de Estudios Políticos e Internacionales del Ministerio de Exteriores iraní, el evento contó con la presencia del presidente Masoud Pezeshkian, quien prometió encauzar al país por una senda diplomática más flexible.
Durante la apertura, el ministro de Exteriores Abbas Araghchi denunció la inacción internacional ante los crímenes cometidos en Gaza: “El pesado silencio y la inacción de las superpotencias… son una llamada de atención para todos”, afirmó.
Pero más allá de las críticas previsibles, el discurso de Araghchi sorprendió por el tono contenido respecto a Israel y el énfasis en una nueva estrategia internacional basada en tres pilares: una máxima cooperación con los vecinos, alianzas con el Sur Global y nuevos actores, y el equilibrio entre las potencias globales, tanto occidentales como orientales.
En un gesto inusual para la retórica iraní, el texto difundido por IRNA no incluye los tradicionales ataques contra Israel, ni menciones a su supuesta destrucción. Esta cautela sugiere una intención clara: preparar el terreno para una nueva ronda de negociaciones con Estados Unidos y la troika europea (Reino Unido, Francia y Alemania) en torno al programa nuclear y la posible flexibilización de sanciones.
Claramente Irán está adoptando una postura de neutralidad equilibrada, pero condicionada al reconocimiento de su estatus como potencia regional. Este giro estratégico parece reconocer el deterioro económico interno del país y el descontento creciente con la teocracia, agravado por años de sanciones multilaterales.
El discurso de Araghchi puede entenderse como un intento por reposicionar a Irán como un actor responsable en el sistema internacional, sin abandonar sus principios fundacionales. El país no renuncia a su independencia política, pero envía un mensaje claro a Occidente: está dispuesto a negociar sin aceptar amenazas ni imposiciones.
El presidente Pezeshkian parece liderar un viraje hacia una diplomacia más realista, en la que la ideología no ahogue el pragmatismo. Y en ese marco, la “neutralidad equilibrada” busca un delicado equilibrio entre el bloque occidental, liderado por Estados Unidos, y las alianzas estratégicas con Rusia y China.
Un detalle revelador fue la participación del secretario del Consejo de Seguridad de Armenia, Armen Grigoryan, y del asesor presidencial de Azerbaiyán, Hikmet Hajiyev, quienes mantuvieron reuniones bilaterales con altos funcionarios iraníes.
La presencia de ambos subraya el rol activo que Irán quiere jugar en la seguridad regional del Cáucaso Sur, especialmente ante el complejo proceso de paz entre Armenia y Azerbaiyán. Teherán podría estar postulándose como un mediador alternativo a Occidente y Rusia, reforzando su imagen como potencia regional imparcial.
Las señales son mixtas. Por un lado, Irán parece genuinamente interesado en negociar y reinsertarse en el comercio global. Por otro, las potencias occidentales aún observan con desconfianza cualquier propuesta que no incluya una supervisión estricta del programa nuclear iraní.
Mientras tanto, la “Conferencia de Diálogo de Teherán” sirvió para mostrar al mundo un rostro más diplomático de la República Islámica, alejado de las amenazas habituales. Resta por ver si esta estrategia es coyuntural o marca un cambio estructural en la política exterior iraní.
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