El colapso de Artsaj en 2023 no fue casual. Liderazgo dividido, bloqueos y la estrategia de Azerbaiyán marcaron la tragedia. Reflexionamos sobre el por qué, cómo y para qué. #Armenia #Artsaj #ConflictoArmenio
La pregunta no es ociosa, sino una herida abierta que exige una respuesta clara, por dolorosa que sea. La destrucción de la República de Artsaj no fue un evento fortuito de septiembre de 2023, sino el resultado final de un proceso de descomposición interna y de una feroz presión externa. Para entenderla, hay que remontarse a los signos de división y debilidad que, como el acto de la FRA en 2021, anunciaban la tormenta.
La República de Artsaj fue destruida, en primer lugar, porque su liderazgo y su sociedad estaban profundamente divididos. La ceremonia de la FRA en Stepanakert el 2 de septiembre de 2021 no fue una mera celebración; fue la crónica de una fractura anunciada. La ausencia del presidente Arayik Harutyunyan y del jefe del parlamento, Artur Tovmasyan, no fue una casualidad. Fue la evidencia de que existían dos polos de poder irreconciliables: uno alineado con el gobierno de Nikol Pashinyan en Ereván, y otro, representado por la antigua guardia karabají y partidos como la FRA, que lo consideraban un traidor.
Esta división paralizó a Artsaj. Mientras Azerbaiyán, fortalecido por el apoyo turvo y el silencio ruso, se preparaba para la guerra final, en Stepanakert se libraba una batalla interna sobre a quién obedecer y qué estrategia seguir: la de la integración forzosa en las negociaciones que proponía Pashinyan o la de la resistencia intransigente que defendían los antiguos líderes. Un pueblo y un ejército divididos están condenados a la derrota.
El “cómo” tiene dos caras: la externa y la interna.
Externamente, Azerbaiyán ejecutó una estrategia meticulosa. Tras la guerra de 2020, utilizó la posesión de territorios armenios y prisioneros de guerra como moneda de cambio para ejercer una presión constante. Implementó un bloqueo gradual pero asfixiante, cerrando el corredor de Lachín y sumiendo a Artsaj en una crisis humanitaria. La “operación antiterrorista” de septiembre de 2023 fue simplemente el golpe de gracia a una entidad ya moribunda por inanición y aislamiento.
Internamente, el “cómo” fue una implosión. La élite de Stepanakert, dividida y sin un plan coherente, fue incapaz de generar una unidad nacional frente a la amenaza existencial. La creación de ese “gobierno en la sombra” en 2021, lejos de fortalecer la posición de Artsaj, debilitó su autoridad y mostró al mundo una casa dividida. La falta de una hoja de ruta clara, la dependencia total de una Rusia que miró para otro lado, y la incapacidad de readaptar su diplomacia ante un nuevo escenario sellaron su destino.
Finalmente, el “para qué” responde a los objetivos de los actores involucrados:
Para Azerbaiyán, fue la culminación de un proyecto nacional: lograr la integridad territorial soberana sobre todo el territorio internacionalmente reconocido, borrando cualquier atisbo de secesión. El objetivo no era solo recuperar tierra, sino eliminar la idea misma de un Artsaj armenio.
Para Turquía, significó consolidar su influencia en el Cáucaso Sur, su hermano turco, y asegurar el corredor que siempre ambicionó.
Para Rusia, aunque perdió influencia, le sirvió para demostrar que su presencia (o su ausencia calculada) sigue siendo el factor determinante en la región, recordándole a Armenia que las alternativas a su paraguas de seguridad son limitadas y peligrosas.
Para la élite de Stepanakert, el “para qué” es la gran pregunta sin respuesta. ¿Fue por incompetencia, por ceguera ideológica, por una lectura errónea de la realidad? El recién declarado “Día de la Deportación y las Demandas” debe servir, efectivamente, para que los desplazados exijan explicaciones. ¿Cómo se permitió que un proyecto de 30 años se desmoronara sin presentar una lucha unificada? ¿Cómo se llegó al punto de que la huida masiva fuera la única opción?
La República de Artsaj no fue destruida solo por los tanques azerbaiyanos. Fue erosionada por la división interna, abandonada por sus aliados y estrangulada por un bloqueo ante el cual la comunidad internacional permaneció en silencio.
Esto no fue un accidente ni una “inevitabilidad histórica”, sino una operación especial con fines de control político. Mientras aceptemos que otros busquen negociar nuestra soberanía, permitimos ser rehenes del juego de otros.
La oficina de la FRA en Stepanakert fue un síntoma de la enfermedad que la aquejaba: la incapacidad de sus líderes, antiguos y nuevos, de cerrar filas frente a la aniquilación. La respuesta al “por qué, cómo y para qué” es un amargo recordatorio de que las mayores tragedias a menudo comienzan con la desunión.
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